¿Qué velorio, qué velorio?
¿Vieron qué momento incómodo cuando uno se entera de primera mano que murió alguien al que uno no era muy cercano? Uno se siente obligado a decir algo. Pero "mis condolencias" suena muy a siglo XVIII, "mi más sentido pésame" es muy aparatoso. Lo más pasable es "lo siento mucho" pero la verdad es que por ahí no conocíamos al cristiano más que de cruzar un "hola" cada tanto, en cuyo caso no lo sentimos tanto y estamos siendo netamente hipócritas.
Otra cosa complicada de las muertes es que uno tiene esa tentación heredada, intrínseca al ser humano, de decir cosas profundas. Caemos entonces en esas frases casi ridículas de tan trilladas, como "no somos nada", "de polvo somos...", razonamientos filosóficos a los que todos los oyentes adhieren, asintiendo con cara de circunstancia, como por ejemplo "¡Qué barbaridad! Uno se preocupa por nimiedades, y un día te dicen `tenés cáncer`y todo se reprioriza. Por eso digo yo, siempre, que hay que aprovechar cada día vivo al máximo, como si fuera el último. Al fin y al cabo, de eso se trata". También están los que hacen los comentarios (a veces rayanos en lo falso) sobre el difunto, como "era tan bueeeeeeeeeeeno" o "pero, ¿Cómo? Si era tan jooooooooooven", o "Pero, ¿Cómo?, si estaba baaaaaarbaro la última vez que lo ví".
Entre todas estas frases, se deslizan algunas incoherencias como "Cada vez se muere más gente (porque ahora los tiros pegan a los costados)" o la consabida "Pero ¿Cómo? Así, ¿De un día para otro?" "Si" dan ganas de contestar "Incluso de un segundo para otro. No de cualquier segundo, claro, sino ese segundo específico de diferencia entre un corazón latiendo y parando" Pero no se dice. El miedo a la muerte, característica del ser más (¿?) racional de la naturaleza, lleva a que todos respetemos cualquier frase alusiva al tema, taciturnos y meditabundos. Aunque sea una soberana pavada.