Y entonces, la ingobernable agonía,
la triste certeza de la propia muerte,
la desesperación silente y victoriosa.
Fina frontera es la que divide
el saberse difunto y el estarlo:
frontera de conciencia, ya locura,
de inconsciente proyección al infinito.
Esa muerte reside dentro mío, hipotética y gris,
mientras desángrome en amaneceres
y lloro sobre un papel
el feliz error de una existencia incierta.
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