No hay nada más irritante que cuando uno viene escuchando atentamente la conversación (que suele ser por demás apasionante) entre dos personas en un bondi, tren, trole, subte o cualquier transporte público, sacando conjeturas, preocupándose por no mirar demasiado fijo, imaginándose a los terceros en cuestión, e incluso tomándose el trabajo de rellenar aquellas partes de la charla que uno no escuchó por motivos obvios, dada la publicidad del transporte, y las personas charlantes se bajan, en plena cima de la historia, dejándolo a uno con todas las intrigas, todas las preguntas, todas las dudas, y toda la pasión que caracteriza a un buen telenovelero. Una variante es cuando uno llega a su estación, y debe bajarse, mirando de reojo a los charlantes, como diciendo "disculpá que no me quede hasta el final, me interesa... Pero vos también, podrías haberte apurado, no ves que me tengo que bajar?" El charlante, ni enterado. Muy frustrante.
Juro que algún día me voy a enterar si la minita joven que acompañaba en la línea "D" a un tipo de barba y traje, de cincuenta y tantos, que se había separado y cuyos hijos acudían a él en busca de ayuda porque "con esa loca no pueden vivir, fijate que les tiró con unos zapatos", que además decía "Viste que ahora estoy en la facultad", y nunca me enteré si estudiaba o enseñaba en la facultad, era la amante o no.